El grito silencioso de un hijo no escuchado

Los Comentarios del Patrick. –

Nacer en el margen de la sociedad es vivir en una constante lucha contra la sombra de la impotencia y el rencor.

Ser hijo de una mujer que enfrentó una vida marcada por el estigma y la exclusión deja cicatrices profundas. Es crecer con la mirada de desprecio de quienes te ven como un símbolo de lo que quieren evitar y olvidar.

El resentimiento se convierte en el compañero de vida, no por elección, sino por el peso de una infancia robada. El rechazo, el odio y la impotencia se instalan como una segunda piel ante un sistema que no solo los ignora, sino que los condena sin conocer su historia.

El resentido social suele caer en la trampa de la victimización, una trampa que surge de una vida de injusticias acumuladas.

¿Cómo no caer en ella cuando se ha crecido viendo a una madre sufrir, luchar contra la violencia, y enfrentarse a la dura realidad para sobrevivir?

El rechazo al sistema se hace natural, pues para ellos es el sistema mismo el que les ha dado la espalda desde siempre.
La victimización, entonces, no es solo una forma de defensa, sino una manera de gritar que existen, que son personas y que su dolor tiene una causa.

Una causa que identifican en aquellos que controlan el poder, en quienes, desde su perspectiva, son los arquitectos de su desgracia.

La frustración y la desesperanza, sentimientos que germinan en el corazón de este hijo, lo hacen presa fácil de promesas y discursos. En la búsqueda de una salida, se aferra a cualquier líder que les hable de justicia, de igualdad, de una revancha contra los que les han condenado al olvido. Ya sea este líder religioso, político o activista social, todos parecen ofrecer una esperanza, una promesa de cambio.

En esa búsqueda de redención, el resentido ve una tabla de salvación, un eco de sus propias palabras no pronunciadas, una posibilidad de revertir su destino.

El resentimiento social puede tomar muchas formas. Para algunos, se traduce en actos de rechazo agresivo contra aquellos que ven como los causantes de su miseria: los ricos, los poderosos, los gobernantes indiferentes. Las manifestaciones de odio pueden ser verbales, físicas, o simplemente una mirada llena de desprecio.

Es una forma de luchar contra la sombra que les persigue, de intentar devolver el golpe que la vida les dio desde el momento en que nacieron. Pero, por otro lado, este mismo resentimiento puede canalizarse en una devoción ciega a un líder carismático, alguien que promete ser el brazo justiciero que vengará sus heridas.

Finalmente, este hijo se debate entre la ira y la esperanza. Por un lado, siente la necesidad de gritarle al mundo su dolor, de señalar a quienes cree responsables de su destino; por otro, busca refugiarse en quienes le prometen una salida, una venganza, una justicia que nunca llegó.

Es un ciclo de odio y fe, de rechazo y adhesión, que refleja una herida social profunda. Y en el centro de esta tormenta está la voz de un niño que solo quería ser escuchado, amado, y protegido, pero que encontró en su lugar el silencio, el estigma y el olvido.

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