Un día de reflexión en medio de la noche del alma

Por Patrick Mercedes. –

Aquella mañana no parecía distinta a otras, pero el alma lo sabía: algo profundo estaba por suceder.

Mi nombre es Patrick Mercedes, hijo de una tierra caribeña donde el sol brilla con fuerza, pero donde aprendí desde niño que la verdadera luz no nace del cielo azul, sino del altar. Nací en un hogar donde la fe no era solo una costumbre, sino la savia que sostenía cada día. Mis padres consagraron su amor ante Dios, y yo, siendo monaguillo, viví de cerca el misterio sagrado. Aunque los caminos de la vida me alejaron de la vocación sacerdotal, aún guardo, intacto, el deseo ardiente de servir, de predicar, de consagrarme a Él, aunque sea en los silencios de la vida diaria.

Recientemente, durante un retiro de Cuaresma impartido por el predicador Félix Navarrete, experimenté lo que San Juan de la Cruz llamaría una “noche oscura del alma”: ese momento de desnudez interior donde toda luz humana parece apagarse, y solo el resplandor de Dios puede guiarnos.

En medio del recogimiento, el Espíritu Santo nos susurró una pregunta tan sencilla como abrumadora:
¿Dónde hemos puesto nuestra esperanza?

Las respuestas salieron casi sin pensar:
— En una vida mejor para nuestras hijas.
— En la seguridad, en la estabilidad, en lo que el mundo llama progreso.

Pero en ese instante, como una espada invisible, Dios atravesó nuestro corazón con su verdad. ¿Cómo fue que lo desplazamos? ¿En qué momento lo convertimos en espectador de una vida que Él mismo nos regaló?

Comprendí que había caído en el error más delicado: vivir como si Dios fuera un acompañante, y no el centro. La sociedad nos ha convencido de que la felicidad está en el éxito, en el dinero, en la seguridad… pero esas promesas se disuelven como humo en las manos. ¿Y Dios? Paciente, silencioso, amoroso, esperando que volvamos el rostro hacia Él.

Como padre, he sido bendecido con el don de guiar a mis hijas. Pero también he entendido que no puedo enseñarles el camino si yo mismo lo olvido. No se puede conducir sin luz, y solo Cristo es lámpara segura en la oscuridad de este mundo.

Ese retiro fue mi noche oscura, pero no una noche de desesperación, sino de transformación. Una noche donde todo lo superficial fue despojado, y el alma quedó desnuda ante su Creador. Y en esa desnudez, en ese desierto, encontré el fuego que arde sin consumir, el amor que no exige más que entrega.

Hoy quiero compartir esta experiencia con ustedes, hermanos y hermanas. No permitamos que las ocupaciones, los afanes o los temores nos roben lo más sagrado. Dios no quiere ser parte de tu vida: quiere ser tu vida.

Que el Señor nos conceda la gracia de vivir centrados en Él. Que su luz brille en nuestras noches más oscuras. Que, aun en medio de la duda, el dolor o el silencio, sigamos caminando hacia esa unión perfecta que solo se alcanza cuando el alma se vacía de todo… menos de Dios.

Related posts

El Desarrollo del Sur: Entre Promesas y Realidad

La Feria de la Leche, entre la realidad y la propaganda

A un año de gestión municipal, ¿dónde está el dinero?